jueves, 16 de diciembre de 2010

Fortuna

Me despierto cada mañana. Respiro. Puede que con el pie izquierdo o con el derecho, siento ambos. Escucho la ciudad despertándose a mí alrededor, puedo oírla.

Miro mi rostro en el espejo, incluso me reconozco. Hay un techo bajo el que tengo algo que desayunar, ropa con la que vestirme y manos con las que hacerlo, entretenimientos varios con los que recrearme, capacidades físicas y psicológicas para realizar cosas, personas queridas con las que compartir, a las que querer y por las que sentirme querida.

Disfruto de caprichos que parecen haberse convertido en necesidades, no siéndolo. Soy fruto de un milagro con instinto de supervivencia. Gozo de privilegios continuos a cada instante. Independientemente de la suerte que a veces creo tener o perder, sin duda soy afortunada. Pese a todo. Aún con todo. Soy una hija amada de Dios.

Nos preocupa lo que no tenemos, lo que no alcanzamos, lo que no disfrutamos, porque siempre nos comparamos con los que sí tienen esas cosas, aunque se trate de un tanto por ciento minoritario y reducido. ¿Y si miramos al otro lado? ¿Y si valoramos lo que tenemos, la cantidad de privilegios continuos de los que disponemos? Quizá se nos acaben las excusas para compadecernos, lamentarnos o creernos desventurados.

¿No ves lo afortunado que en realidad eres? Es así. A veces no lo podemos ver.


OdeMendoza

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